BIRONGO, LA RUTA DEL CHOCOLATE
(CACAO=THEOBROMA CACAO “alimento para los Dioses”
Atendiendo una invitación que me pareció interesante, el pasado sábado me uní a un bulliciosos grupo de personas adultas, que muy alegres desde Altamira abordamos un mini-autobús con destino a una población del estado Miranda. Era temprano: 7.30 a.m., ya el día tenía los mejores auspicios, el sol que se levantaba prometía estar soleado y caluroso. El transporte se enrumbó hacia el autopista del Oriente que inusualmente siendo día festivo y de vacaciones tenía muy poco tráfico. Pasamos por un costado del pueblo de Petare, Guarenas, Guatire, Caucagua hasta Higuerote donde nos detuvimos para beber un cafecito acompañado de una crujiente empanada que nos entonó el cuerpo.
No entramos al pueblo de Higuerote, nos desvíamos de él por una carretera troncal que nos llevaría a nuestro destino ubicado a 20 km. Estábamos en la zona de Barlovento (tierra ardiente y del tambor, como dice una canción), Mientras rodábamos la vista no alcanzaba para captar toda la exuberante belleza del paisaje montañoso: apamates, guamo, escobo, jabillo, roso blanco (Brownea leucantha, árbol emblemático del estado), se mezclan y entrelazan con matorrales, herbazales y palmeras. Densa vegetación donde destacan con escándalo los vibrantes colores de numerosas flores. Luego de un tiempo rodando nos encontramos con una escena única. Al costado de la carretera del pueblo, en una colina dándonos la bienvenida se encuentran grandes tambores hechos de madera (culo e’puya, redondo y curbeta). Estamos en Birongo, pueblo de ancestros africanos de gente reilona y simpática, trabajadora, emprendedora y alegre. Son descendientes de aquellos “negros cimarrones y cumbes”, esclavos huidos de las haciendas mantuanas de la colonia. Bajamos del vehículo y ya nos esperaba junto al camino una hermosa y gentil joven que sería nuestra guía durante toda la visita a su pueblo.
Éste es pequeño, da gusto observar la limpieza de sus calles, la hilera de casitas de colores brillantes una al lado de la otra, la jovialidad de la gente asomada a sus puertas se hace presente al saludarnos. Se nos ha preparado un programa extenso y variado que cumpliremos por etapas. Nuestra guía luego de contarnos la historia de la fundación del pueblo nos lleva hasta nuestra primera parada en ésta Ruta del chocolate: Una plantación de cacao.
Su dueño Guillermo Peña nos habla de sus experiencias con esta planta: Con la siembra de Apamates (para dar tupida sombra)se prepara el terreno, se desbroza y limpia, la planta nace de semillas. Mientras crece se va podando, da tres cosechas al año. Mientras se elabora un compostero para la reprodución de otras semillas. El fruto nace directamente en el grueso tronco, entre flores pequeñas y blancas. Es una mazorca grande ovalada de color que va del amarillo pálido al radiante ocre. Para cosecharla se despega la mazorca y la misma se corta a lo largo, extrayéndose las almendras blancas y dulces (se pueden comer crudas)amarillentas, las almendras se vuelcan en cajones para que fermenten y así remover la pulpa azucarada y babosa, luego de voltearlo varias veces se llevan a los patios de secado (amplios espacios d tierra limpia y aplanada y a veces encementados) y se mueven cada tanto con una cuchar muy larga de madera, de allí se trasladan a la fábrica de chocolate.
/“Historia”: “Cuenta la historia, sustententada por el Barón de Humboldt que la cultura de la siembra del cacao y su consumo habitual, fue traída a nuestras tierras por los mismos conquistadores. En el siglo XVII el cacao tenía un enorme prestigio y era tan alto su valor que las “rameras” vendían sus favores por “diez cacaos”./
Toda la manipulación de siembra y recolección del cacao, se acompaña con “cantos de trabajo”, de lo cual nos dio una muestra Guillermo con su fuerte voz de barítono. En el autobús nos trasladamos después hasta las instalaciones de la fábrica “La Flor de Birongo”orgullo de sus pobladores. El cacao ya seco ha sido traído a éste edificio de blancas paredes, rodeado de flores. Una de las trabajadores fue nuestro guía. Mientras nos desplazábamos nos iba indicando paso a paso todo el proceso de la transformación del fruto desde su secado hasta su producto final en varias presentaciones. Un delicioso y aromático chocolate deja sentir su aroma dulzónque se expande por todos los ámbitos de la fábrica lo que nos motiva a comprar una buena reserva de los mismos. Tuvimos también la oportunidad de “preparar algunos bombones”, bueno simplemente llenar los envases con el caliente y viscoso líquido, golosamente los “devoramos” una vez cuajados, cosa que hace una máquina en cuestiones de segundos.
Los 19 trabajadores de la fábrica son tos, en sentido figurado una gran familia, diligentes, solidarios y preocupados por cumplir con sus responsabilidades en la parte que les corresponde.
De acá nos fuimos al río ya era hora de almuerzo. Allí a su orilla y sobre un fuete fuego de leña, en una gran olla negra y brillante se cocía el hervido de pollo, un oloroso airecillo entró por mi nariz y hasta allá nos fuimos en cola, con una “tapara” seca en mano que servía de escudilla y un dorado pedazo de “casabe” a que nos entregarán nuestra porción que engullimos hambrientos y desaforados, por que aquello era una deliciosa y recorfortante sopa caliente. Un fío y refrescante líquido de “papelón con limón” aderezado con una ramita de “paticas de perrro” (hoja de una planta comestible) saciaron nuestra sed. Ahora nos tocaría entrar al fresco y cristalino rió cuyas aguas alivió el calorón reinante. También entran al agua unos niños comandados por un ágil joven promotor turístico de la zona y nos invita a participar en el “Tambor de agua”. Es una divertida actividad que ancestralmente se practica y que consiste en empujar el agua con la palma abierta de una mano hasta chocar con el puño cerrado de la otra, esto dentro del agua y se produce un sonido como de tambor. Sumamente divertido.
Posteriormente viene “El baño de rosas”: Una joven lugareña trae al agua donde estamos sumergidos un gran paquete de flores cortadas de todo tipo y color recogidas en el área ,las estruja unas con otras y las mete dentro de una vasija, el agua con los residuos vegetales se “echa” en la cabeza de los bañistas, mientras éstos con los ojos cerrados piensan en deseos que se han de cumplir, el agua rueda por su cuerpo y las hojas y pétalos se adhieren a él. En el aire flota un delicado perfume floral. Terminado el rito y una vez vestidos nos trasladamos ahora hacia una de las casas, en su patio se han instalados los tocadores de tambor que nos harán una demostración de su arte. Niños y adultos uniformados de pantalón oscuro y blusas amarillas, con gran ritmo y fervor hacen sonar con las “las vaquetas” (palos limpios y cortos sumamente duros) los diferentes tambores. Son tres: el culo e´puya, la mina y el tambor redondo acompañados con maracas y la beatería quitiplás, un vibrante canto de uno de ellos y el vocerío del coro. El cadencioso ritmo hace “hervir la sangre tropical”y pronto todos estamos moviéndolos pies y luego el cuerpo con movimientos violentos y hasta lujuriosos, tanto es así que una de las señoras que nos acompañaba, nativa de Europa muy pronto se integró al círculo de bailadores de nativos y visitantes, como una más nacida en esta tierra.
Por último y como óptimo colofón nos invitaron hacia las mesas repletas de dulcería criolla. Coquitos, besitos de coco, melcochas, dulces de higos y de mango, carato de arroz, conservas y jaleas, tortas, pasteles. Toda una orgía de sabores afrodisíacos sabores que disfrutamos con saciedad y con morboso placer culinario.
Y fue ésta la despedida final de esta hermosa gente, su cultura, su música y su pueblo. Sentí renacer en mí mi venezolanidad y por ende la esperanza cierta de ver crecer al pueblo que nos recibió con esmero: Birongo.
Nos vemos en la próxima.
Edilia C. de Borges